Novena de Navidad - Día 4
En este tiempo cercano al nacimiento del Redentor del mundo, esta Novena se ofrece como ayuda para que cada hermano tenga, a través de la palabra de Dios, una oportunidad de interiorizar su relación con Dios y el prójimo.
Lectura: Deuteronomio 6, 4-9
Escucha, Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé.
Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas.
Palabra de Dios.
Reflexión
Esta Palabra del Decálogo ya existía en el principio de la creación, Moisés la recibe en tablas de piedra y, llegada, “la plenitud de los tiempos”, se nos revela Jesús como “la Palabra hecha carne”: “En el principio existía la palabra y la palabra estaba con Dios. Y la palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (Cfr. Jn. 1,1-5 ).
Esta Palabra dada a nosotros es para que tengamos vida y esta vida en nosotros pase a los demás, porque han empezado a brotar “ríos de agua viva en nuestro ser”.
“Esta agua”, esta gracia, deberá ser transmitida a los hijos particularmente, así lo recomienda la Iglesia, “transmitir la fe a los hijos”, a partir de nuestra experiencia concreta del amor de Dios con nosotros, para que ellos, conociendo a Dios en la fe de los padres, también se alejen de los ídolos y sirvan al Único Dios verdadero.
* Del libro Novena de Navidad (Juan Carlos Fernández E.)
